Nuestro cuerpo puede ingerir alimentos y por lo tanto energía de forma intermitente gracias a las reservas corporales de grasa y glucógeno. En este artículo repasamos las formas en las que la energía química de los alimentos que ingerimos se transforma para ser almacenada en el cuerpo.
La función de reserva de la alimentación
Nuestro cuerpo está acostumbrado a comer de forma intermitente. De hecho no solemos comer de forma continua, más bien cada dos o tres horas!
Por lo tanto, estrechamente relacionado con la función energética está el papel que juega la alimentación en garantizar a nuestro organismo reservas de energía para cuando no haya comida disponible.
A nivel evolutivo, la supervivencia y éxito reproductivo del género humano dependió en su momento de la capacidad para conseguir comida y para almacenar energía y nutrientes en épocas de disponibilidad de comida, en vista de periodos de escasez.
Los hidratos de carbono y grasas son las principales fuentes de energía y también de almacenamiento de energía en el organismo.
Moléculas de depósito de energía en el cuerpo
El cuerpo humano almacena la energía liberada tras la oxidación de los alimentos en forma de tres tipos de moléculas:
- el glucógeno celular (almacenado en el hígado y en los músculos)
- la glucosa circulante en la sangre (controlada por el glicógeno hepático)
- la grasa del tejido adiposo (principalmente ácidos grasos almacenados en forma de triglicéridos)
El glucógeno se acumula en hígado y en los músculos pero constituyen una reserva de energía bastante limitada. La reserva de glicógeno en el adulto no supera el 0,5 % del peso total del individuo (alrededor de 380 – 500 gramos en una persona de 70 kilogramos de peso, es decir una reserva de aproximadamente 2000 kcal).
La oxidación de las reservas de glicógeno libera entonces energía apenas suficiente para sostener el requerimiento de energía en ayunas y reposo durante 24 horas. En un individuo físicamente activo estas reservas se agotan más rápidamente, aproximadamente en 16-20 horas.
Este glucógeno se va metabolizando a glucosa, pasa en la circulación sanguínea para estar disponible para las células y tejidos que la sangre “riega” constantemente y ser convertido en energía dentro de ellas. El 70-80% de la glucosa circulante la utilizan las células del sistema nervioso, que como hemos dicho depende estrictamente de la glucosa en sangre para sus necesidades metabólicas.
Una vez agotadas las reservas de glicógeno, si no volvemos a aportar hidratos de carbono a través de la alimentación, la glucosa que necesita el cerebro se sintetiza en el hígado y el riñón por precursores no carbohidratos (aminoácidos, ácido láctico, ácidos grasos, glicerol) a través de la gluconeogénesis. Solo después de unos pocos días de ayuno, el cerebro comienza a utilizar cuerpos cetónicos como combustible (después de 3 días ya cubren una tercera parte de las necesidades de energía del cerebro).
El cuerpo «prefiere» acumular reservas de energía en forma de lípidos en lugar de carbohidratos por dos razones: en primer lugar porque los lípidos son más energéticos (9 Kcal/g frente a las 4 Kcal/g de carbohidratos); además, hay muy poca agua en los depósitos adiposos. Por consecuencia los depósitos de lípidos del cuerpo son mucho más abundantes ya que las grasas son fácilmente acumulables y no presentan problemas de almacenamiento ni disponibilidad.
Todos los seres humanos contamos con un porcentaje de grasas de reserva considerable: aproximadamente el 12 % del peso corporal de una persona de en buen estado físico que desarrolle actividad física cotidianamente. Estamos hablando de unos 7 -10 kg de masa grasa que cuando se necesita puede liberar hasta unas 100.000 Kcal.
Doctora en Alimentación y Salud,
Life Coach especializada en Alimentación y Estilo de vida
Facilitadora de Procesos de Mindful Eating
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